Parroquia del Dulce Nombre de María
En el sevillano barrio de Bellavista, un enclave cuya trama urbana aún conserva la memoria de su origen obrero vinculado a las obras del canal del Bajo Guadalquivir —el llamado “canal de los presos”—, se sitúan los solares destinados a acoger el nuevo templo del Dulce Nombre. Bellavista cuenta con un tejido doméstico muy compacto, de baja densidad, con viviendas populares, calles estrechas, y una fuerte conciencia de pertenencia que ha sabido resistir el paso del tiempo.
El concurso convocado por el Arzobispado de Sevilla en 2017 no respondía únicamente a una urgencia funcional derivada del deterioro del antiguo templo. Era, sobre todo, la oportunidad de responder a la dimensión litúrgica, comunitaria y devocional que reclama hoy la vida parroquial. La Hermandad del Dulce Nombre, muy arraigada en el barrio, necesita de un espacio que acoja no solo el culto cotidiano, sino también su salida procesional cada Viernes de Dolores y a las obras de caridad que realiza en la comunidad
El proyecto se asienta sobre dos parcelas contiguas en la Calle Caldereros: una perteneciente al antiguo templo y la otra, a las instalaciones que durante años ocupó Cáritas. Esta doble condición de solar ofrecía la posibilidad de articular un conjunto complejo sin necesidad de imponerlo a su entorno.
La propuesta ganadora parte de una premisa clara: dotar al edificio de un carácter simbólico, sin recurrir al exceso. La fachada principal está presidida por una torre campanario revestida en lámina dorada que, sin buscar protagonismo, actúa como hito reconocible dentro de la escala del barrio. La construcción recurre al hormigón visto, a una columnata metálica y a una composición clásica —basa, fuste y capitel— que ordena el conjunto con rigor y discreción. No se impone, pero se reconoce; no desentona, pero se distingue.
El acceso al templo no se resuelve como un umbral abrupto, sino como un recorrido gradual. Primero, un atrio abierto, concebido como espacio de acogida, de reunión. Luego, el nártex, que no solo introduce al fiel en la nave, sino que conecta con otras funciones del edificio: el archivo parroquial en planta baja y el centro parroquial en el nivel superior.
La lógica del proyecto se inscribe en las ideas desarrolladas por Luis Moya Blanco sobre las tipologías de templo cristiano. Aquí se adopta la condición de iglesia mística y regia. La primera, definida por el contraste de luz entre la nave y el santuario, crea una atmósfera propicia para el recogimiento. La segunda, donde el altar se eleva sobre la asamblea, introduce una distancia necesaria que subraya su centralidad. En este caso, la imagen titular de la Virgen del Dulce Nombre se dispone en un camarín, siguiendo una disposición clásica, sobria, envuelta en un fondo dorado que actúa como foco visual y espiritual. Todo en la arquitectura parece estar dispuesto para conducir la mirada hacia ese punto.
La nave principal se cubre con una estructura que, sin grandilocuencia, confiere al espacio un carácter solemne. A la derecha, una nave lateral de menor altura acoge la capilla penitencial, presidida por el Cristo de la Salud. Es un espacio recogido, íntimo, pensado para la confesión, el silencio, la oración personal. Sobre él se ubica el coro, que actúa como transición hacia el camarín de la Virgen, estableciendo un diálogo vertical entre la asamblea y el lugar sagrado.
En la tradición de la arquitectura cristiana, el baptisterio mantiene su condición de espacio autónomo. Aquí se sitúa en el lado izquierdo del acceso a la nave, reservado y diferenciado. Su disposición admite una reconfiguración puntual: cada Viernes de Dolores, se abre para facilitar la salida procesional de la hermandad, integrando así lo litúrgico y lo popular en un mismo gesto arquitectónico.
En este proyecto, la luz de la mañana, cuidadosamente redirigida, cae sobre el dorado del altar mayor. Ese reflejo —cálido, vibrante— no pretende reproducir el barroco, pero sí evocar la atmósfera espiritual-escenográfica que definió a tantos templos sevillanos.




















